viernes, 31 de mayo de 2013

¡Mujeres!

Otra vez me ha vuelto a pasar, dejar el blog abandonado! La verdad es que dejaré de prometer que voy a escribir más porque con esto soy mujer de poca palabra...

Hay una pequeña excusa para no haber escrito hasta hoy. Sabéis que soy un poco intensa en mis escritos, y contra más me choca lo que voy viendo por el mundo, más intensa soy y más ganas de escribir me dan, pero Tailandia no me ha chocado culturalmente ni socialmente, de modo que las ideas van y vienen pero nunca pesan lo suficiente como para que me den unas ganas imperiosas de escribir. No obstante, que no me haya chocado no significa que no me haya gustado, au contraire!

Primero, y para no abandonar la chocante Índia, he de decir que a nuestra llegada al aropuerto de Bangkok, Marta y yo nos quedamos alucinadas a la par que nos alegramos enormemente de ver que había... ¡Tantas mujeres trabajando! Os parecerá una tontería, pero agradecimos ver que la mujer en este país no era un cero a la izquierda como en la mayor parte de la Índia, que la mujer trabaja, que la mujer hace y deshace, lo que debería ser normal, vaya. Otra cosa que nos apasionó y de la que os hablé en el primer post de todos sobre la Índia era el ruido ambiental a base de cláxons y tráfico desordenado, pues bien, en Tailandia ni rastro de cláxons ni de conducción temeraria ni nada! No sabéis lo que es ir por la calle tranquila, sin temer por tu vida y además sin el condenado ruidito de las bocinas, una maravilla!

Dejadme que os sitúe un poco en cuanto a la ruta que hicimos: empezamos en Bangkok dejándonos el paradisíaco sur del país para principios de julio, nuestro destino era el norte del país para llegar a la frontera con Laos, así que fuimos subiendo haciendo parada en los lugares más emblemáticos (sí, emblemáticos significa con ruinas budistas). Después de Bangkok, que nos encantó incluso para vivir (aunque la zona más turística poco tiene que envidiar a Lloret de Mar), vino Kanchanaburi con su puente sobre el río Kwai y el parque natural de las Erawan Waterfalls; después vendría Ayuttaya, repleta de unos templos espectaculares, donde conocimos a Khalil, un griego maravilloso con el que pasamos muy buenos ratos; después más templos en Sukhotai; después Chiang Mai, donde nos dimos un masaje de pies orgásmico y donde aprendí a cocinar algunos platos thai; Pai, donde conduje por primera vez una moto (ojo que me encantó, cuando vuelva corriendo a sacarme todos los carnés posbiles!) y donde pudimos vivir la fiesta del agua, el Songkran, en nuestras pieles, de hecho, el día que alquilamos las motos era el día fuerte y no nos dieron tregua, lanzaban cubos de agua a todo diós sin importar si ibas en moto o no; y finalmente llegamos a Mae Hong Son, donde, otra vez, vivimos el Songkran, esta vez unidas a una cabalgata con unos locales borrachos de edad avanzada que nos hacían bailar, esta fue una de las mejores experiencias en Tailandia, ese día se me mojó hasta el carné de identidad (bueno, el pasaporte...). Y bien, de ahí volvimos a Chiang Mai para desplazarnos hasta la frontera con Laos, en Chiang Khong.

Pues bien, este país brilla por su gran cantidad de templos budistas, al principio es muy emocionante, todos te parecen muy chulos, haces mil fotos, y luego a medida que vas llegando a diferentes sitios y vuelves a verlos... Acabas un poco hasta la coronilla, pero por alguna razón te siguen pareciendo apasionantes, la verdad es que es una relación amor-odio un poco extraña, cada lugar y cada templo tiene su nosequé especial que engancha, y a pesar de que pueda resultar un poco agobiante tanto buda y tanta stupa suelta, la arquitectura y los paisajes que desprende la doctrina del budismo tienen una belleza excepcional. He de decir que no sé en qué momento alguien se dedicó a decapitar las esculturas con la forma de Buda, con lo que en algunos momentos resultaba un poco sádico aunque se tratara de piedras...

En general los paisajes en este país no han decepcionado para nada, en el norte los parajes son bellísimos, verdes verdes, con cascadas azul turquesa que parecen salidas de películas de ficción o anuncios de desodorante (por eso del frescor y el oler a limpio como la naturaleza), sus insectos majos haciendo ruidos molestos (hay uno en especial que suena como un destornillador, pf! Qué sonido tan tóston!). El día que más vivimos esta naturaleza fue en Pai, donde estuvimos en la jungla más de 5 horas buscando una cascada por caminos no marcados; en algún momento sufrimos por nuestra integridad física... Pero la sangre no llegó al río, sinó que fuimos nosotras las que conseguimos llegar a la cascada, pero tan destrozadas!

Tailandia es un país extremadamente turístico, vayas a donde vayas encuentras muchísimos turistas o viajeros. Sinceramente, contra menos turistas hay mejor, pero qué voy a decir yo... Si soy sólo una más entre tantas! Lo que sí da grimilla ver es todo el turismo de viejetes adinerados que vienen a ligarse a tailandesas jovencitas, pero bueno no me puedo meter con ellos porque los dos salen ganando: uno a base de viagra se va echando los últimos polvos de su vida y la otra que se va lucrando del viejuno... ¿Qué más se puede pedir?

Para terminar os dejo con algunas curiosidades de este país monárquico, y recalco lo de la monarquía porque todo va ligado... Resulta que las calles de todo pueblo o ciudad están repletas de fotos gigantes del rey y de su família pues... ¿Sabíais que si te pilla la policía o algún ciudadano mofándote de ellas te vas directo al calabozo? Y que si pisas un billete (que todos tienen la cara del rey) y te pillan, te pueden multar!! Además de que son extremadamente estrictos con el tema de la posesión de drogas y te pueden enchirolar para toda la vida, sí, sí, para toda la vida y sin posibilidad de salir de prisión! Eso sí, también dicen que es fácil sobornar a los polis... Son así de estrictos y luego en Kao San Road, en medio de la calle, puedes falsificar todos los documentos de identidad que te puedas imaginar y eso no está perseguido... En fin, estas cosas pasan en todos lados, ¿no?

martes, 2 de abril de 2013

I'm gonna make you smile

A nuestro paso por Calcuta estábamos decididas a empezar a satisfacer nuestras ganas de hacer un voluntariado, de participar, compartir, ayudar y cuidar desinteresadamente a aquellos que lo necesitaran. ¿Por qué Calcuta? Primero de todo, porque puedes ayudar sin pagar, lo cual me parece lo más lógico y racional del mundo, y en segundo lugar, porque esta gran ciudad con 14 millones de habitantes es mundialmente conocida por la presencia y el trabajo, durante años, de una enviada de Dios, la madre Teresa y su séquito de sisters, claro.

Dios la mandó para intentar evitar que en las calles de esta urbe no hubiese cerca de 4 millones de personas desamparadas, sin techo y en unas condiciones de vida desastrosas, y he de decir que viendo el panorama general en Índia esto es una gran utopía; pero bueno, volvamos, la mandó para eso y ella junto con el resto de su hermandad de Missionaries of Charity consiguió emparar a centenares de personas en sus hospitales, escuelas y residencias. Pues bien, nosotras a las 7 de una calurosa pero lluviosa mañana ya estábamos listas para lo que se nos viniera encima, con ganas de ayudar y saber, por vez primera, que se sentía al tomar parte en un voluntariado de este calibre.
 

Una vez registradas, se nos comunicó que ibamos a ir a ayudar a Prem Dan, un hospital de mujeres con largas enfermedades. Bien, así es como nos lo explicó una española que conocimos, pero a mí me pareció mucho más una residencia de mujeres tristes y maltratadas, mujeres que necesitaban que alguien les devolviera una sonrisa, mujeres que habían nacido como yo, como vosotros, pero que el paso del tiempo, las famílias en qué nacieron y las personas que las rodearon las fueron aminaroando y creando seres desvalidos y condenados perpétuamente a un letargo de tristeza.

Imagino esas mujeres que una vez fueron niñas felices, sin preocupaciones, sonrientes e inocentes y las veo ahora sentadas en esas sillas, como almas moribundas que esperan el final en soledad. Qué miradas tan tristes, sus cuerpos pequeños y huesudos, sus cabezas rapadas, sus arrugas... Parecía que cada una de ellas había perdido su propia identidad hacía muchísimo tiempo. A pesar de todo lo que estas mujeres llevan encima, tienen la suerte de contar cada día con decenas de voluntarios dispuestos a regalarles sonrisas, darles cháchara, hacer que sientan el calor de tu piel contra la suya para darles un instante de seguridad, hacerles sentir que ese vínculo que en un momento de sus vidas se desvaneció está ahora presente, esa mano recorriendo sus mejillas hundidas haciendo salir de esas bocas desdentadas un bella sonrisa y una mirada de complicidad que llena a cualquiera.

El primer día fui espectadora de una escena tierna, de un grito a la necesidad de cariño, de evitar la soledad mediante el contacto: después de la comida, cada mujer se dirigía a su cama a echarse una siesta, yo estaba entrando al gran dormitorio cuando vi dos ancianas en camas contiguas que se daban la mano, se palpaban, inspeccionándose mútuamente con los dedos, sin hablar, sin cruzar sus miradas, pero sintiéndose en este mundo gracias al calor de sus pieles. Bien, creo que por muchos detalles que os diese de lo que vi... No puedo acabar de explicar al 100% lo que sentí al ver esa imagen, sólo puedo deciros que se me erizó la piel al instante.

Cuando acabó la jornada me sorprendió escuchar de refilón una conversación, una chica le decía a una mujer que ahora que había visto esto tenía que rezar más, y yo me pregunté ¿para qué? ¿Para que estas mujeres vuelvan a tener algún día la vida que merecieron? ¿Para que algunos hombres no quemen con ácido a sus mujeres? ¿Para que no haya mujeres violadas? ¿Para que el panorama cambie gracias a la ayuda divina? Muchos dioses harían falta para solucionar lo que sucede en esta sociedad, las desigualdades, la pobreza extrema, los maltratos, el analfabetismo... un sinfín de causas que provocan inefablemente un bucle de efectos negativos, un pez que se muerde la cola, unos inetereses económicos que desplazan, como siempre, al pueblo mundano.

No, ningún dios hará que esto cambie por mucho que los creyentes le recen. Hey, pero no os preocupéis, nosotros podemos hacer sonreír esas personas cada día un poquito, ¿qué cuesta una sonrisa?


sábado, 23 de marzo de 2013

En busca de la tranquilidad

Desde la última vez que escribí han pasado muchísimas cosas, por lo pronto han sido cuatro trenes, ocho autobuses, doce paradas (Delhi, Jaipur, Pushkar, Ajmer, Jaisalmer, Jodhpur, Udaipur, Ahmedabad, Jalgaon, Aurangabad, Mumbai y Gokarna), ocho hoteles, un dolor de barriga, una magnificiente obra de arte realizada por el ser humano (las cuevas de Ellora), tres fuertes (Jaigarh Fort, Mehrangarh Fort y Jaisalmer Fort), tres lagos sagrados (Pushkar, Jodhpur y Udaipur), un camello, un desierto, la noche más estrellada de mi vida, una parejita de catalanes que no se nos escaparán, una clase de dibujo, una cabaña en la playa y miles de palmeras. Por supuesto, a todo ello nos han acompañado centenares de vacas, perros y suciedad, como es costumbre en Índia. En todos estos días que han pasado he tenido tiempo de maravillarme, horrorizarme, sorprenderme, agobiarme y estresarme y de acalorarme.

Me ha maravillado que el ser humano sea capaz de modelar templos insertados en montañas rocosas tantos siglos atrás y que ahora podamos admirar tan inmaculado resultado, tantos cientos de años de esfuerzo delante de unas miradas sobrecogidas por la magnificencia de tales obras de arte; también me ha maravillado dormir en las frías dunas del desierto del Thar bajo una población de estrellas infinita, jamás había visto tantas! Me ha horrorizado la mujer condenada al polvo, a la carga de materiales pesados, la mujer expuesta a enfermedades respiratorias, la mujer pidiendo comida en la calle con su pequeño desnudo a sus espaldas, me ha horrorizado que la mujer soltera o viuda quede en los últimos escalones de la sociedad. Me ha sorprendido, y no dejará de hacerlo, cuan exóticos somos a ojos de los índios, hemos pasado momentos preciosos rodeados de hombres, mujeres y niños mirándonos, sonriéndonos, cuchicheando y gesticulando sobre mi piercing (ha causado furor) preguntándose cómo he sido capaz de hacerme uno en ese sitio tan extraño, nos han regalado PEGATINAS, nos hemos hecho fotos, hemos hecho reír a ese grupo con nuestras tonterías y nuestro poco sentido del ridículo... Estos pequeños momentos hacen apreciar las diferencias culturales, el respeto y la admiración que podemos llegar a sentir los unos por los otros. Me he agobiado y estresado porque las grandes ciudades índias son caóticas, altamente ruidosas, están plagadas de vacas y por consiguiente de sus excrementos, porque tienes que estar pendiente de que no te atropellen contínuamente, porque hay mucha contaminación, y porque después de aguantar esto durante días apetece como nunca un sitio tranquilo, silencio. Por último me he acalorado, he sudado por todos vosotros amigos, soportando casi 40° con la mochila a las espaldas y andando en busca de hoteles, estaciones de tren o de autobús; calor durante el día, calor durante la noche... Calor, calor, calor!

Pues como estábamos cansadas de tanta ciudad decidimos ir en busca de la tranquilidad. En Aurangabad conocimos a Lawrence, un chico francés que nos recomendó Gokarna si lo que buscábamos era un sitio para relajarnos y desconectar. Así que nos hicimos con unos billetes de tren y pasamos en total unas 20 horitas de viaje, con Mumbai entre medio que, por cierto, nos sorprendió gratamente por su vegetación selvática, sus edificios coloniales, sus parques, su orden y sus poquísimas vacas!

Así, el 19 de marzo llegábamos a Gokarna, estado de Karnatka, al suroeste del país, donde nos recibía una vegetación poblada por miles de palmeras, bananeros, carreteras de arena rojiza y, en resumen, todos los colores cálidos que podáis imaginaros contrastando con el verde intenso de la flora de la zona. Una vez situadas en una pequeña cabaña a pie de playa supimos que habíamos acertado, habían valido la pena las horas de tren, el calor y el cansancio. Lo supimos cuando nos dimos cuenta de que el único sonido que nos acompañaba las 24 horas del día era el de las olas del mar, unas veces más enfurecidas que otras, pero el primer y último sonido del día... El mar. Bello. Relajante. Tranquilo. Adormecedor. 

Ahora nos queda el último sprint indio, una vez dejemos atrás la playa vamos de nuevo hacia el caos, dirección Calcuta, donde pasaremos nuestros últimos 5 días en este gran país.

viernes, 1 de marzo de 2013

Love made of marble

Un sábado 23 de febrero a las 6 de la mañana sonaba el despertador, no me costó levantarme, al contrario, iba a ver el Taj Mahal... por primera vez madrugaba para ver un monumento y, creédme, valió la pena hacerlo. Después de un buen desayuno nos dirijimos a la entrada sur del mausoleo, rodeado por una gran muralla rojiza. Una vez pasado el control de seguridad empezaban los nervios aquellos de "joder Agnès, que vas a ver el Taj Mahal, jo-der!", es decir, de esos nervios que tienes que convencerte a ti misma de que vas a hacer o ver algo tan guay que no sabes si estás soñando o qué.

Pues ni en mis mejores sueños había imaginado el Taj Mahal como lo es en realidad, es más, entre mi imaginación y la realidad había un grandísimo abismo. Después de pasar la primera puerta principal, un manto verde se extendía a mis pies, un carril de agua azul turquesa separaba ese césped cuidado al milímetro y a lo lejos... La grandilocuencia hecha de mármol blanco, un blanco brillante e impecable. Ese momento en que todos los turistas vemos el mausoleo de frente por primera vez estoy segura que es de foto: decenas de bocas abiertas, expresiones de sorpresa que vienen desde todos los ángulos del perímetro, centenares de disparos de cámaras fotográficas... En resumen, puedo deciros que el Taj Mahal es realmente alucinante, flipante, acojonante, impresionante y todo adjetivo que sirva para describir la magnificencia y la perfección de esta obra arquitectónica.

Y todavía no he hablado del romanticismo que se respira en cada rincón de esta obra de arte, pues el emperador Sha Jahan, a raiz de la muerte de su esposa preferida, Mumtaz Mahal, que falleció dando a luz a su decimocuarto hijo, quedó tan sumamente desconsolado por la pérdida que acto seguido mandó construir el Taj Mahal como ofrenda póstuma. Además, este sería el templo donde, una vez muerto el emperador, yacerían juntos para siempre.

Podría mirar de hablaros más de lo que vi y sentí aquel día, pero se me hace difícil ir más allá de estas palabras, sólo puedo deciros que si váis de viaje a Índia, no podéis dejar pasar la oportunidad de ver esta maravilla.

Pieces of Varanasi

#view from Ganga#sunrise from ganga
#sadhu
Varanasi, un álbum en Flickr.