martes, 26 de febrero de 2013

Shock cultural a orillas del Ganges

Llegué a Varanasi el 18 de febrero después de mi primera experiencia en un tren indio junto con Marta y dos chicos suecos que conocimos camino a Gorakhpur. Compartimos 6 horas que nos dieron para hablar, dormir, aprender a contar hasta 5 en hindi con una estudiante que estaba ilusionadísima por conocer extranjeros pero, sobre todo, estas horas nos dieron para ser la atracción del departamento donde estábamos sentados los únicos cuatro guiris del vagón.

A las diez de la noche llegamos a la ciudad sagrada y, guiados por Adrian y Fabian, los suecos que ya habían pasado por ahí, fuimos en busca de un hostel. Después de dos intentos fallidos, por fin dimos con uno. Mientras buscábamos donde hospedarnos no pude abrir la boca, estaba sumamente impresionada con todo lo que veía entre la oscuridad de los ghats: vacas por todos lados, perros famélicos y enfermos, un olor fuertísimo a orines que me cortaba la respiración, el río Ganges tan sucio como me habían explicado y, por encima de todo, este estado de shock se engrandeció al llegar al "burning ghat". En este ghat se incineran cadáveres las 24 horas del día ininterrumpidamente, no importa la hora que sea, siempre hay fuego, es decir, igual que la vida, la muerte también está presente en todo momento.

A la mañana siguiente calentaba el sol, los ghats brillaban por su bullicio y ardían más fiambres que la noche anterior. De las primeras imágenes a la luz del sol fueron los cientos de personas que se daban su baño diario a orillas del río sagrado. Pequeños, jóvenes y mayores, nadie está exento de zambullirse en el Ganges y, a continuación, dedicar unas plegarias a Shiva, el dios hindú. La verdad es que sorprende ver como la gente se baña en un río donde hay tantísima suciedad, además de centenares de cuerpos en descomposición y tantas otras cosas... Ellos lo hacen con tanta naturalidad, cuando juntan sus manos llamando a su dios, concentrados, y se ven felices cuando ese agua de dudosa higiene alcanza cada milímetro de sus pieles morenas.

Después de recorrer los ghats de arriba a bajo nos metimos por las callejuelas que quedan por encima de estos. Calles estrechísimas y bulliciosas, pasaras por donde pasaras cada uno te ofrecía lo suyo: ropa, tes, joyería, pongos (souvenirs cutres, vaya!), incluso te paraban para ofrecerte que compraras papel de váter, y yo pensaba ¿pero tanto crees que lo necesito que se me lee en la cara y por eso me lo ofreces? En fin, que no sólo tenía que esta diciendo "no" contínuamente, sinó que además tenía que ir con cuidado de no ser atropellada por una moto, de no pisar una mierda de vaca gigante o de ir sorteando la fauna animal que se extendía entre calle y calle. Y qué bonito el bullicio! Un lugar gana encanto y belleza en proporción a la vidilla que haya en las calles, ¿no creéis?

Estando en Varanasi coincidíamos con el festival Kumbh Mela, que es un peregrinaje de fe hindú en el cual los hindúes se congregan para bañarse en un río sagrado, es una de las congregaciones religiosas más grandes del mundo. A pesar de que el baño no era exactamente en Varanasi, sinó que era en Allahabad (a unos 100 km), la ciudad se convierte en el punto de encuentro de todo peregrino, por lo que la vidilla de la que os hablaba augmenta enormemente, miles de sadhus se reúnen ofreciendo a todo paseante su bendición y, a los que no estamos acotumbrados a verlos, nos ofrecen su desnudez, sus cenizas sagradas esparcidas por el cuerpo, sus rastas y moños; y nos dibujan expresiones de sorpresa y nos plantean preguntas, miles de preguntas.

Si no hablo de la muerte en esta entrada sería como si no hubiese pasado por Varanasi, donde, como os contaba, la muerte se respira, se toca, se huele, se escucha, se ve, se siente... Siento la necesidad de hablar de ello, aunque no es algo de lo que normalmente suela hablar. Mi propia muerte me infunde una sensación de vacío inmensa, la de mis seres queridos me asusta y me aterra lo más grande, y entonces llego aquí y veo como es la muerte para el hinduísmo, como los familiares de los difuntos no derraman ni una sola lágrima (si lo hacen las almas de sus seres queridos no llegan a alcanzar el Nirvana), como viven la muerte sin inmutarse, como la adoptan como algo natural. No digo que nosotros debamos hacer lo mismo, nuestras culturas son dos mundos opuestos y, en mi caso, no simpatizo con ninguna religión... Pero quizás deberíamos encontrar un equilibrio entre el dolor por una pérdida y el fin de algo que empezó siendo pequeño, bonito, inocente y poco a poco fue creciendo, fortaleciéndose, madurando, repartiendo más vida, trabajando, envejeciendo y, finalmente, dejando este mundo que, al fin y al cabo, todos hemos llegado para marcharnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario